“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
Introducción
Nuestro mejor ejemplo de dependencia de Dios obviamente es el Señor Jesús. Miremos su vida más a fondo, enfocándonos sobre su humanidad, en lugar de hacerlo sobre su deidad. Jesús fue y es Dios. La Biblia lo establece claramente y no hay duda alguna (Juan 8:58).
Nosotros podríamos citar muchos pasajes que afirman claramente la deidad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero, ¿alguna vez hemos pensado en todo lo que nos dice la Biblia acerca de Él, como un verdadero hombre? El título favorito que nuestro Señor mismo se daba era: “el hijo del Hombre”.
1. Un perfecto ejemplo de dependencia de Dios
Jesús es nuestro patrón de vida. Si Él no fuese un verdadero hombre, entonces, alguien estaría bromeando de una forma muy cruel y engañosa con todos nosotros. Pensemos en su vida. ¿Qué es lo que nos dice la Biblia acerca de la naturaleza humana de Jesús? Podemos resumir los primeros años de Jesús, Lucas dice: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre Él. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:40,52). Eso suena muy humano.
Luego, lo encontramos realizando un ministerio lleno de maravillosas palabras, hechos y milagros. ¿Cómo fue que Jesús dio una explicación a su comportamiento tan admirable? Dejemos que Él mismo nos dé la respuesta:
· (Juan 8:28) Todo lo que hizo lo aprendió de su Padre.
· (Juan 10:37-38) Declaraba que el Padre estaba en él.
· (Juan 12:49-50) No obraba por su propia cuenta.
No hay duda alguna de que en estos pasajes, y especialmente en el evangelio de San Juan, Jesús reclama para sí mismo la singularidad de Su persona, como el Mesías y el Hijo de Dios. Jesús manifiesta claramente que sus palabras y sus acciones eran producto de una relación dependiente del Padre. Así fue como Él demostró la manera como se debe vivir la verdadera vida (Juan 17:22-23). Lo que realmente deseaba l Señor Jesús era mostrar su dependencia y comunión con el Padre, como la fuente de amor, de poder y de autoridad.
2. Jesús recibió poder de su Padre.
Los milagros tan asombrosos de Jesús fueron por el poder que recibió de su Padre:
(Lucas 5:17 y 4:14; Juan 3:34). Poco tiempo después, en el día del Pentecostés, Pedro dice: (Hechos 2:22). Por más extraño que nos parezca, no podemos pensar que Jesús, cuando ejecutaba algún acto sobrenatural, lo hacía para demostrar su propio poder divino. Jesús manifestaba una vida totalmente dependiente de Dios Padre. Unos momentos antes de que él sacara a Lázaro de la muerte y de la tumba, Jesús levantó sus ojos al cielo y oró: (Juan 11:41-42).
3. Se hizo como nosotros para enseñarnos al Padre.
Jesús se hizo hombre para salvarnos, pero la salvación se obtiene por medio de Jesús que nos lleva y nos muestra al Padre. Por lo cual tomó la decisión de hacerse hombre (Filipenses 2:7; Hebreos 2:17-18; Hebreos 5:7-8). Las obras de nuestro Señor Jesucristo nos demuestran su dependencia del Padre, y esa dependencia nos demuestra la autenticidad de sus palabras, las cuales hablan muy claramente acerca de la personalidad divina de Cristo. Podemos creer, sin lugar a dudas, que cuando Él envió a sus discípulos con las palabras: “…Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21), el patrón de la vida dependiente que vivía, estaba en su mente y en su corazón. Esa misma forma de vida a través del Espíritu Santo, permitiría que ellos hicieran obras mayores de las que Él mismo había hecho (Juan 14:12).
4. La vida de Jesús más que un modelo.
Para Pablo, la vida de Jesús fue algo más que un modelo; la vida de Jesús se convirtió en la vida misma de Pablo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Pablo estaba vivo; sin embargo, ya no era su propia vida en la carne. ¡Era la misma vida de Jesús, la que se expresaba en el ser interior de Pablo, por medio de Su Espíritu! (Juan 7:38).
Una persona que realmente tiene vida es la que tiene a Jesús: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” (Juan 14:19-20). Dios desea fervientemente que nosotros respetemos nuestra identidad, como sus hijos “por naturaleza”, “nacidos de nuevo”.
5. Jesús nos dio su vida.
Hubo un día en que Dios nos dio su vida; somos nacidos de Dios (1 Juan 3:9). Una vez le recibimos en el corazón, estaremos en él para siempre, y algo maravilloso y extraordinario es que también él está en nosotros. Nuestra vida es una extensión de Su propia vida. Vivimos porque él vive. Sin una vida como la de él, nosotros no tendríamos vida.
Desde la mañana hasta el anochecer, podemos vivir con plena conciencia, reconociendo a Dios como la fuente de nuestra vida y diciéndole: “Amado Señor, hoy no tengo vida, que no venga de ti”. Ahora, podemos entender el significado de lo que decía Pablo, cuando oraba por los efesios (Efesios 3:16-17,19).
Aplicación Teoterápica
Todas las personas buscan ansiosamente el verdadero sentido de sus vidas. Si esa búsqueda es independiente de Dios, entonces, esa persona está pecando, sea cristiana, o no. Si es un hombre natural, no tiene otra alternativa en esta búsqueda, pues su naturaleza en sí es pecaminosa. Si es cristiano, debe encontrar sentido en una total dependencia de Dios, para vivir una vida auténtica y de testimonio. La pregunta clave para nosotros es: ¿estoy consciente de quién soy? Si es así, el sentido de la vida fluye de la identidad de Jesús y de los recursos divinos que están disponibles para cumplir nuestro destino. Muchos cristianos pueden hacer cantidad de actividades, llenarse de compromisos, pero finalmente llegan a la conclusión de que en sus vidas, no hay una total realización. Esta ‘frustración’ lleva a muchos cristianos a desviarse del sentido y propósito de vida al que fueron llamados. Aprender a depender de Dios es la clave que nos llevará a una vida de poder y victoria. El Señor Jesús siempre dependió de Dios Padre, y ahora él nos enseña a depender de él, a través de su Santo Espíritu.
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