Introducción
Aquel patriarca que constituyó de una familia el pueblo fue José, en él se vive la bendición del renuevo, la bendición que le fue dada por su padre Jacob y posteriormente confirmada para su descendencia, cuando Moisés bendice a su tribu (Génesis 49: 22-26; Deuteronomio 33: 3-6). Las dos promesas son semejantes y complementarias, describiendo la vida de José como renuevo, Dios lo hizo el príncipe y pastor, aquel que utilizó para que una familia se convirtiera en pueblo. José garantizó que su descendencia no se olvidara de la promesa, fue ella en cabeza de Josué que llegó y conquistó la tierra prometida.
Mirando la vida de José comprenderemos cómo ser un renuevo que produce una descendencia.
1. Le da las mejores condiciones
El Señor utiliza a su padre y anciano para bendecirlo, Jacob un anciano soñador, bendice a José un joven visionario. Su Padre Dios le imparte bendición, bendiciendo su tierra, dándole la bendición del cielo, el agua, el rocío que necesitaba. Le garantizó los frutos del sol y el producto de la luna, aquella luz y fuente de energía que necesita para su crecimiento. Le dio las dádivas de plenitud. Nada le hizo falta, le bendijo con la abundancia de los collados eternos.
La bendición material nos lleva a trabajar por lo eterno, conquistar los montes y collados de la tierra, porque ya tenemos la bendición de los collados eternos.
2. Le dio gracia
Lo bendijo con la gracia de Dios Padre. La gracia del que habitó en la zarza, el “Yo soy”, el Dios todopoderoso de Israel. Con esta bendición nada le podría llegar a faltar.
Nosotros tenemos la gracia de Dios en Cristo Jesús (2 Timoteo 1: 9).
3. Autoridad y unción
Sobre la cabeza de José vino la bendición, recayó la autoridad y la unción. Apartado de entre sus hermanos para ser príncipe. Como la vara de Aarón, reverdeció en medio de las tribus de los hermanos. Para ser una rama fructífera, que da renuevo. Que siempre está junto a la fuente, a las aguas vivas para dar renuevos.
La autoridad y la unción son muestra de la identidad y pertenencia a Dios.
4. Bendición a sus renuevos
Fue bendecido para dar renuevos y para que sus renuevos fueran bendecidos. La promesa habla sobre los vástagos los cuales son renuevos “sus vástagos se extenderán sobre el muro” (Génesis 49: 22b), no solo tendrán sino que aquellos se extenderán.
La bendición de Abraham y de Jacob fueron sobre José, de igual manera es sobre nosotros.
5. Fortaleza y poder
La bendición no dice que no habrá dificultad, pero si garantiza fortaleza y poder en medio de ella, así que aunque José vivió dificultades, tuvo la bendición del Fuerte de Jacob, del Dios de su padre y eso es legado, aquel que sería su fortaleza y su poder.
Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual, la bendición de Abraham nos ha alcanzado (Efesios 1: 3; Gálatas 3: 14).
6. Lo escoge para ser príncipe y pastor
Escogido para ser príncipe y pastor, por su fe. Y por esta cumplió el sueño de su anciano padre, tuvo la visión clara, la promesa del Buen Pastor, de la Roca el Fuerte de Israel, la promesa de salvación que se cumpliría en Jesucristo.
Fuimos llamados para ser príncipes (1 Pedro 2: 9) y pastores (Juan 21:15: 17), cumplir con esto es legado.
7. Lo bendijo para multiplicarse
Bendecido para multiplicarse y convertirse en pueblo. Con la bendición que tenía, le brindó todas las condiciones a su familia para que se multiplicaran “bendijo los pechos y el vientre”.
Desde los inicios, Dios nos bendijo para multiplicarnos, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra,…“ (Génesis 1:28a).
8. Las bendiciones de su padre fueron mayores
No es cuestión de cual es más importante, se trata de que el legado cada vez sea mayor. Isaac bendijo la descendencia de Jacob, y él bendijo la descendencia de José.
En los inicios de la iglesia eso fue muy claro (Hechos 6: 7; 12: 24).
Aplicación Teoterápica
José entendió el legado y el lenguaje de su papá; escuchó a su padre. Él no solamente lo oía, sino también lo escuchaba y lo entendía, así que sólo puede transmitir el legado el que entiende y José entendió, como consecuencia fue un hombre sabio, un renuevo que estableció una descendencia.
A través de una intimidad permanente con Dios aprendemos a conocer y entender el lenguaje de Dios, agudizamos el oído para escucharle y nos convertimos en renuevos que establecen una descendencia.
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