Con toda seguridad, una de las
cualidades que más buscamos y exigimos de las personas es la honestidad. Este
valor es indispensable para que las relaciones humanas se desenvuelvan en un
ambiente de confianza y armonía, pues garantiza respaldo, seguridad y
credibilidad en las personas.
La honestidad es actuar con decencia,
decoro, respeto, dignidad. Este valor es uno de los más importantes para lograr
paz en las relaciones con los seres humanos que conformamos la sociedad. Una
persona honesta es la que permanentemente busca lo correcto, lo honrado, lo
justo; que no pretende jamás aprovecharse de la confianza, inocencia,
ingenuidad de otras personas.
También podemos decir que es la cualidad humana por la que la persona se
determina a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica
justicia (dando a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma).
Es aquella persona que no toma nada que no le pertenezca, no oculta nada, se
ven en la transparencia de los actos cotidianos, tienen el coraje para decir
siempre la verdad, y que vive sin engaños. No hacen cosas que dañen a los
otros, obran de forma correcta y clara.
No debemos olvidar que, los valores
deben primero vivirse personalmente, antes de exigir que los demás cumplan con
nuestras expectativas. Recordemos que es una forma de vivir congruente entre lo
que se piensa y la conducta que se observa hacia el prójimo, que junto a la
justicia, exige en dar a cada quién lo que le es debido.
Vivimos en una sociedad que prevalece la deslealtad, la deshonestidad, el engaño; por eso, como nunca antes el divorcio y la ruptura familiar había sido tan común como lo es hoy. Podríamos afirmar, que esta es una cifra que rebasa cualquier pronóstico, trayendo una continuación de frustraciones en las que todos los componentes del hogar terminan inmersos.
Esta realidad es producto que la
familia haya dejado de conducirse de acuerdo a valores absolutos y eternos; y
que se hayan amoldado a subsistir en una peligrosa y deplorable adecuación al
sistema de valores tergiversado, desconociendo los valores de Dios y Su Palabra
que son eternos y efectivos.
la Honestidad tiene que ver con
el respeto a la verdad, que buscamos y, en cierta manera, exigimos a las
personas con las que compartimos algún tipo de relación, ya sean amigos, pareja
o hijos. Muchas veces tendemos a no querer enfrentar la verdad de las cosas
porque el hacerlo implica tomar acción. En otras ocasiones negamos la realidad
porque pensamos que si lo hacemos así, en algún momento desaparecerá. Esto
solamente producirá una cadena interminable de mentiras y engaños.
La honestidad conlleva a tener el valor de hacernos las preguntas
más difíciles y contestarlas con la verdad. Estas respuestas incluyen
nuestras creencias, deberes, valores, responsabilidades y postura hacia la
vida. Si anhelamos una vida de armonía y paz interna es necesario ser honestos
con nosotros mismos.
Algo que no podemos olvidar es que La
honestidad no consiste sólo en franqueza (capacidad de decir la verdad) sino en
asumir que la verdad es sólo una y que no depende de personas o consensos sino
de lo que el mundo real nos presenta como innegable e imprescindible de
reconocer. Es decir, no se trata de exponer la verdad según me convenga, o
expresar una verdad a medias o acomodada.
Lastimosamente hoy en día vemos que
nuestra sociedad se ha corrompido a tal punto que sin temor alguno se engaña,
se miente y se traiciona. Por eso uno de los objetivos de este espacio es que
reflexionemos y que podamos rescatar esos valores que nos van a permitir
cultivar relaciones saludables y así mismo mejores familias, mejores
comunidades.
La falta de honestidad es un factor
destructor de las buenas relaciones, y por supuesto la más afectada es la
familia, porque si no hay varones y mujeres íntegras, que amen la verdad;
los matrimonios, las familias y las comunidades, ahondarán más en la confusión,
porque carecen de una base sólida que les da sentido, seguridad y proyección a
sus vidas.
Esta falta de claridad en los valores
en las familias, ha generado la falta de integridad fidelidad y honestidad.
Recordemos que estas característica en otrora, eran indispensable en una
persona de bien, además se enseñaba con vehemencia a los hijos, porque "La
integridad constituía el más sagrado bien de una persona".
La pregunta es ¿Qué pasó? ¿Desde
cuándo se dejó a un lado los valores, sobre todo en la vida familiar? La
respuesta es porque equivocamos el camino, nuestros antepasados creyeron que
podían garantizar la felicidad de sus hijos, dándoles tan solo una bonita casa,
mucha ropa y abundancia de alimento, y sabemos que es importante darles lo
mejor, pero no lo excelente, porque el núcleo familiar es el centro de
propagación de valores a las generaciones venideras.
Por lo tanto, si ahí fallamos,
entonces ¿Qué pueden enseñarles los nuevos padres a sus hijos? La Biblia nos
dice en una forma contundente en Proverbios 20:7 “camina en
integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él”. Esto
nos dice que para poder enseñar, nosotros primero debemos haber transitado por
ese camino, por eso dice “camina el justo” y lo que viven sus hijos es una
consecuencia de esa vivencia.
Lo más triste es que se tiene la
creencia errónea, que por el nivel de familiaridad ellos tienen la obligación
de aceptar sin objetar estas situaciones, el problema es cuando los hijos
recorren sus caminos, entonces es cuando por imponer la autoridad en la
corrección, se daña aún más.
Realmente una relación donde no hay
valores, donde se engaña, se miente, se vive una doble vida, termina por dañarlos
a todos, de hecho, cuando se descubre lo que genera es dolor y frustración por
una parte y vergüenza y temor en el ofensor por descubrir las consecuencias
reales de sus hechos. Veamos un ejemplo, la infidelidad,
el esposo que engaña a la esposa o lo contrario, porque ya la mujer también ha
entrado en este desenfreno y esta lleva lógicamente, a vivir una doble vida y
por eso, muchos hacen cualquier cantidad de cosas a escondidas, porque piensan
que su pareja o sus hijos jamás se van a enterar, pero no calculan el costo tan
alto que tienen que pagar cuando se descubre.
La palabra de Dios nos insta a vivir
honestamente, de esto escribió el hombre más sabio que haya existido, el rey
Salomón, conocedor del proceder humano, y sabiamente escribió: “El que camina en integridad anda
confiado; Mas el que pervierte sus caminos será quebrantado.” Proverbios 10:9. Que
maravilloso sería que cada uno de los miembros de la familia tomarán este
consejo y en ello basarán sus acciones. Con toda seguridad esto los llevaría a
vivir por principios y valores que los mantendrían unidos, respetándose unos a
otros, viviendo felices y aportando todos para un mejor país.
Consejo Divino
“El
malvado cae por su propia maldad; el justo halla refugio en su integridad.”
Proverbios 14:32
“Más vale ser pobre
y honrado, que ser necio y tramposo.”
Proverbios 19:1
“El justo aborrece la palabra de mentira; Mas el impío se hace odioso e
infame. La justicia guarda al de perfecto camino; Mas la
impiedad trastornará al pecador.” Prov. 13:5-6
Seguramente muchos hemos leído acerca
de Judas Iscariote, un hombre que rehusó ir por el camino de la honestidad y la
integridad y escogió el camino del engaño, la mentira, la avaricia: un camino
de muerte. Dice la Biblia: “Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue
a los principales sacerdotes para entregarlo. Ellos, al oírlo, se
alegraron, y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba la oportunidad
para entregarle” (Marcos 14:10-11)
Este es uno de los pasajes que resultan
más difíciles de aceptar de la Biblia, porque uno no puede dejar de
preguntarse, ¿Por qué Judas entregó a su maestro? ¿Cómo puede ser posible que
una de los doce hiciera eso? Estamos hablando de UNO DE LOS DOCE, no uno de los
setenta, ni uno de los ciento veinte, ni uno de los cinco mil, ni uno que hacía
parte de las multitudes a quien Jesús enseñó, sanó, alimentó, bendijo, sino UNO
DE LOS DOCE. Uno de los hombres de confianza del maestro fue el que le
traicionó, uno de los que iba con él recorriendo ciudades y aldeas; uno de los que
tomó en sus manos una cesta para llenarla con pedazos de pan y de pez, que
sobraron luego que dio de comer a una multitud.
Fue uno de los que estuvo con Él en la
Barca, viéndole calmar la tempestad, fue uno de los que se sentaban a la mesa
con el maestro, fue uno de los que el Señor lavó sus pies dándole ejemplo de
humildad y servicio. Fue uno de los que el Señor llamó amigos, porque para Él
estos hombres se habían convertido en sus amigos, ya no eran siervos sino
amigos porque todas las cosas que el Padre le había dado a él, él se les había
dado a conocer.
Era uno de los doce, de los discípulos
de Jesús, de los apóstoles, de los pilares del evangelio, no estamos hablando
de cualquier persona, sino uno de los líderes que Jesús mismo había escogido,
uno que hacía parte de su grupo selecto. Por eso resulta tan difícil y tan
doloroso, porque la traición no vino de uno de afuera, sino de uno de adentro,
y de bien adentro, y esto duele mucho, porque las heridas que más duelen y que
resultan ser mortales, son las más profundas.
Duele mucho que la traición venga de
uno de los hombres de confianza, de uno de los que Él consideraba su amigo,
como dice el Salmista: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual lo habría
soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado
de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar, que
juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa
de Dios” (Salmo 55:12-14)
Nadie se imaginaría que Judas hiciera
eso, no solo porque él era parte de los doce, sino porque hasta ese momento
gozaba de la absoluta confianza del grupo, además que el mismo manejaba el
dinero, y el dinero no se le entrega a cualquiera, sino a alguien que además de
ser idóneo en su manejo, era de confianza.
Dice la escritura: “Cuando llegó la
noche, vino él con los doce y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían,
dijo Jesús: De cierto os digo, que uno de vosotros, que come conmigo, me va a
entregar. Entonces ellos comenzaron a entristecerse, y a decirle
uno por uno: ¿seré yo?, y el otro ¿seré yo? El, respondiendo, uno de los
doce, el que moja conmigo en el plato” (Marcos 14:17-20)
Cuando el maestro mencionó que uno de
ellos lo iba a traicionar, ellos mismos se preguntaban, ¿Quién podría ser? Ni
Pedro, ni Juan, ni ninguno de ellos se lo imaginaban. Tanto así que Juan,
se acercó al Señor y le preguntó, ¿Quién es? Y él dijo: A quien yo diere
el pan mojado, “y mojando el pan, se lo dio a Judas Iscariote” (Juan
13:26)
Pero lo más tremendo, es cuando uno a
uno comenzó a decir. ¿Seré yo? Y Judas también le preguntó al Señor ¿seré yo? Y
el señor le dijo: “Tú lo has dicho” (Mateo 26:25) Sabiendo en su corazón que él
ya había convenido con los principales sacerdotes entregar a su maestro. Nadie
se hubiera imaginado que sería Judas, pero el Señor que conocía su corazón, ya
sabía que el le entregaría, por eso le dice, “lo que has de haces, hazlo más
pronto” (Juan 13:27) Y dice la Biblia: “ que ninguno entendió cuando
Jesús le dijo esto, porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa,
que Jesús le decía: compra lo que necesitamos para la fiesta, o que diese algo
a los pobres” (Juan 13:28-29)
¿Por qué lo hizo Judas? Lo más triste
es que lo hizo por DINERO, por treinta piezas de plata vendió a su maestro, no
solo a su maestro, sus principios, le puso precio a su lealtad. Y esa ha sido
una constante en personas de alto rango que han caído o se han dejado llevar
por la tentación, arrastrados por la concupiscencia de su propia carne. Hemos
aprendido los tres zancadilladeros del cristiano: el dinero, raíz de
todos los males es el amor al dinero; el orgullo, la ambición o la codicia por
el poder y el sexo o los pecados sexuales, llámese adulterio, lujuria, impureza
sexual.
Es muy triste que esto suceda, porque
cuando un líder es zarandeado y cae lo que más sufre es la obra de Dios, aunque
sabemos que la obra que ha levantado el Espíritu Santo permanece, nunca la mano
del hombre es más que la mano de Dios, ni más grande ni más fuerte, y la obra
de Dios permanece, aunque por la acción del hombre se pueda ver afectada.
Debemos cuidarnos del Judas que todos
llevamos dentro, que ese es el que puede hacer más daño, como dice la Biblia,
“el que esté firme, mire que no caiga”, y orar siempre para que Dios cuide su
obra y a sus siervos.
La persona que es honesta puede
reconocerse por:
- Ser siempre sincero, en su comportamiento, palabras y afectos.
- Cumplir con sus
compromisos y obligaciones sin trampas y engaños
- Evitar la murmuración y
la crítica que afectan negativamente a los demás.
- Guardar discreción y seriedad ante las confidencias personales y
secretos
Profesionales.
- Tener especial cuidado en el manejo de los bienes económicos y
materiales.
PARA SER HONESTOS DEBEMOS TENER
PRESENTE ESTOS MÍNIMOS REQUISITOS:
a.- Conozcámonos a nosotros mismos.
b.- Expresemos sin temor alguno lo que sentimos ó pensamos.
c.- No perdamos nunca de vista la verdad.
d.- Cumplamos nuestras promesas.
e.- Luchemos por lo que queremos jugando limpio.
Por el comportamiento serio, correcto, justo, desinteresado y con espíritu de
servicio que adquirimos mediante la honestidad, esta se convierte en uno de los
valores más importantes para el perfeccionamiento de nuestra personalidad.
APLICACIÓN TEOTERAPICA
Esta reflexión del manual de la
vida, nos dice el Salmo 34 lo siguiente:
“¿Quién
es el hombre que desea vida, Que desea muchos días para ver el bien? Guarda
tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño. Apártate
del mal, y haz el bien; Busca la paz, y síguela.”
Procuremos
siempre vivir en la verdad, ser honestos y sinceros en nuestras relaciones.
Recuerde: todo lo que sembremos eso recogeremos. Les invito que elevemos una
oración a nuestro Creador.